UNA IGLESIA QUE AMA

En la tarde del Jueves Santo de 2003, día del amor más grande, un pequeño grupo de personas que participábamos en la Pascua de “Acoger y Compartir” en Somolinos, estuvimos reflexionando un rato, a propuesta de la asamblea, sobre qué tipo de Iglesia queremos, soñamos, pensamos y estamos dispuestos a vivir, partiendo como premisa inicial de la siguiente frase: “Una Iglesia que ama”.

Sabíamos que la invitación para los días sucesivos iba a ser reflexionar sobre otros talentos o potencialidades a anhelar de esta nuestra Iglesia, y por ello dijimos inicialmente que seguro que una iglesia que ama, va a ser capaz

de servir -desde sus dos vertientes: va a ser servicial y va a ser útil a la sociedad-, esta era la propuesta para el Viernes Santo;
de celebrar, con profundidad, creatividad, y flexibilidad (propuesta para el Sábado);
y de generar esperanza, de tener confianza en que todo se va a realizar, de que la utopía es posible (propuesta para el Domingo).
Dicho esto, empezamos a desgranar un montón de ideas, en principio sueltas, pero que poco a poco fueron tomando forma, y concurrimos que:

la Iglesia como institución no es capaz de amar, somos las personas que la componemos los que amamos, empapándola con nuestro amor de un carácter de humanidad, acercamiento, apertura, acogimiento…

Advertimos que lo meritorio es amar a alguien que no se deja, que pone trabas, que no está acostumbrado a ser amado, que sus circunstancias lo han hecho duro y poco abierto a las “ternuras”.

Vemos también que en contextos parroquiales, en convivencias, Pascuas, y encuentros en general sí es fácil encontrar algunas personas a las que es fácil amar, porque se muestran receptivas y dispuestas a dejarse querer.

Constatamos que hay mucha gente de Iglesia que está amando mucho comprometida en muchas causas con los más frágiles y partidos de la sociedad.

Afirmamos que cada uno de nosotros y nosotras, individualmente como personas, representamos a nuestra querida Iglesia cuando estamos realizando actos de amor. Cada uno amamos a nuestra manera, con nuestro bagaje, pero también creemos que incluso gente muy endurecida tiene el amor dentro.

A veces en nuestras comunidades, a diferencia de las primeras comunidades de los tiempos de Jesús, no somos testimonio de amor, no pueden decir de nosotros <<Mirad cómo se aman>>. Nos puede la limitación, la pereza, el miedo a hacer o decir cosas que nos puedan comprometer. Aspiremos a esa Iglesia que Jesús y las primeras comunidades nos proponen.

Cuando pensamos en cómo amar, muchas veces aspiramos a grandes cosas, lo cual es muy loable, pero estuvimos también de acuerdo en que el amor se demuestra fundamentalmente en lo cotidiano, en lo pequeño, en lo sencillo.

De repente nos dimos cuenta de que quiénes estábamos allí compartiendo nuestros amores y experiencias éramos, Yolanda, Gustavo, Luz, Sagrario, Vicen, Pachús, Juan, Manolo, Nani, Ana, Elena y Rosa.

Nuestra Iglesia es imperfecta, pues nosotros, sus miembros, somos imperfectos, y vive inmersa en una sociedad secularizada. Incluso la coyuntura se presenta a menudo anticlerical y antieclesial, y todo esto nos hace estar continuamente a la defensiva.

Proponemos que seamos capaces de vivir nuestros defectos con naturalidad, sin necesidad de justificarnos, y apostemos por formar parte de esta Iglesia aunque en muchos aspectos no nos convenza. Aunque a veces no entendamos, lo que sí es claro es que el Dios de Jesús, Dios Todo Bondadoso y Todo Cariñoso siempre nos acoge. Abandonémonos en Él con confianza.

Algunos manifestábamos también que parte del problema de esta Iglesia imperfecta pudiera estar en los religiosos y religiosas, que muchas veces no son la mejor muestra de amor, cuando debieran ser un referente para el resto de cristianos. A veces, su edad, les hace ser muestra de una época en la que se vivía la fe de otra manera, pero no se han adaptado a una realidad vertiginosamente cambiante. Otras veces, el talante de muchos de nuestros sacerdotes y religiosas no es nada flexible. Les solicitamos que sean capaces de pedir ayuda cuando se vean desbordados, que se atrevan a no querer controlar todo en sus parroquias y den más cabida a la participación, y que sean así capaces de delegar, y dejar que algunas cosas salgan adelante, incluso sin supervisar. Otro detalle: es necesario conseguir educar a gran parte de nuestro clero para que viva con naturalidad los afectos.

También apuntamos que el amor es un encargo muy fácil y a la vez muy difícil, pero necesita su rodaje, su entrenamiento, su aprendizaje. Por ello, demandamos a nuestra Iglesia que ama que sea una escuela de amor, de gratuidad. Necesitamos educarnos en el amor para ser testimonio en el mundo. No necesitamos ser “adoctrinados”, para algo tenemos nuestro intelecto, pedimos libertad para pensar y analizar nuestra fe vivida y asumida.

Nuestra amada Iglesia está envejecida, demos también cabida a los más jóvenes, que están demandando su espacio y buscando también la trascendencia. Vemos a nuestra Iglesia anacrónica en el tema de género (la mujer, que es su verdadera base de sustentación, está totalmente desvalorada y apartada de muchas responsabilidades), anacrónica también en el tema del celibato y de la moral personal. Proponemos mirar toda esta limitación con cariño. Queramos a nuestra Iglesia así, y manifestemos lo que no nos guste, sin acritud, para poder cambiarlo.

Pedimos a la iglesia oficial que quite el acento de la norma, de la doctrina, y lo ponga más en proponer que en imponer, en promover otras opciones, como el dejarnos contagiar y empapar unos a otros de ese amor que todos llevamos dentro, en aceptar otras culturas, otras expresiones de nuestra misma fe, todas las situaciones y opciones personales que actualmente no acepta (homosexualidad, familias separadas, las nuevas formas familiares, etc.). Es necesario abrir puertas a la misericordia y no juzgar ni imponer el derecho canónico.

Nos hemos sentido reconciliados en parte con la Iglesia gracias a las declaraciones del Papa en la reciente guerra de Irak, en la que ha pedido a los gobiernos y a los cristianos un no rotundo a la guerra y nos ha solicitado muestras firmes y visibles de ese NO.

Vemos signos de esperanza dentro de la iglesia, con corrientes como “Somos Iglesia”, gentes en comunidades de base, personas que apuestan por el ecumenismo como punto de encuentro, e incluso en el Sínodo Diocesano de Madrid como oportunidad para revisar nuestra vivencia de fe y vivencia parroquial y como ocasión para levantar un poquito la voz (con la esperanza de ser escuchados y no filtrados por quien quizás no quiere oír lo que no le gusta).

Otras intuiciones:

Si nos fijamos más en Aquel que representa el amor en su estado más puro, y no nos dedicamos sólo a teorizar sobre eso, amaremos más.

Una Iglesia cuyo gran don es que me ofrece a Cristo, es una iglesia que me ama. Me invita a abandonar el colapso en el que a veces me encuentro.

El amor empieza por uno mismo, si eso está bien, lo demás viene sólo (por supuesto, con un proceso, un trabajo y un acudir a la fuente buena, la oración).

Nos gusta el binomio amor-amistad, con su interdependencia y su complicidad.

Nos gustó contemplar el Lavatorio de pies como una ocasión que Jesús buscó para mirar a Judas a los ojos y poderle mostrar toda su misericordia. Podemos traducir esto a nuestra realidad como una ocasión que se nos presenta para acercarnos a los más débiles, frágiles y partidos.

Nos deleitamos también en pensar en los colores del amor y nos salió un pseudo-Corintios 13: es incondicional, acoge, no juzga, corrige con cariño, no rechaza, no condena, no aísla. El amor va a la esencia de las personas, no pregunta, no exige, cuida la dignidad de todos. “La Gloria de Dios es que el hombre (y la mujer) viva” –San Ireneo-.

Por último, en la puesta en común, pedimos a la asamblea que corrigiera, añadiera, matizara o disintiera de todas nuestras consideraciones (algunas de las aportaciones las hemos añadido en el texto anterior, pues forman parte de la reflexión no sólo del grupo pequeño al que se hizo el encargo, si no de toda la asamblea) y planteamos que se diera testimonio sobre estas cuestiones:

¿Cómo amas a tu Iglesia?

¿Cómo sientes que tu Iglesia te ama?

¿Cuáles son la claves para fortalecer el amor?

En conclusión, decimos NO una Iglesia de cultos, miedos y resignaciones. SÍ queremos una Iglesia con personas que luchan por la justicia y la dignidad, que abre puertas y ama al mundo comprometidamente, que acepta a todos y los acoge cómo son, Iglesia en la que se está por opción, a pesar de las contradicciones, Iglesia que nos acompaña en todos los momentos de la vida –y no sólo con celebraciones-.

Un beso pascual,